Comentario
Sin duda, a los países no alineados no les correspondió nunca el papel que uno de los teóricos de la descolonización, Frantz Fanon, les atribuyó: para él -en su libro Los condenados de la Tierra- debían nada menos que inaugurar una "nueva Historia del Hombre". Lo que sí es cierto, en cambio, es que muy pronto supusieron la mayoría en la Organización de las Naciones Unidas, incluso la calificada de dos tercios para conseguir la aprobación de resoluciones. En 1973 la ONU tenía 135 miembros, estando ausentes de ella tan sólo algunos países que tenían conflictos internos como Corea y Vietnam. De este total 25 pertenecían al grupo occidental y 12 al soviético siendo los otros "no alineados" de diversas especies. No puede extrañar, por lo tanto, que un lenguaje anticolonialista muy marcado caracterizara el contenido de sus declaraciones. Pero esto no quiere decir que la política preconizada por ellas pudiera ponerse en práctica siempre. Además, los propios países del Tercer Mundo, después de la descolonización, pasaron por frecuentes etapas de inestabilidad o por regímenes de partido único; tampoco resolvieron sus problemas económicos más acuciantes. En realidad, el movimiento de los países no alineados, aunque nació con un ímpetu considerable, no llegó a fraguar durante la década de los sesenta en una única y firme posición. La primera Conferencia tuvo lugar en Belgrado en 1961 cuando gran parte de la descolonización estaba llevándose a cabo. Fue convocada por Nehru, Nasser y Tito y consiguió reunir a 25 países. A continuación, sin embargo, conseguido el propósito de la emancipación, las reuniones fueron espaciándose: las Conferencias de El Cairo (1964), Lusaka (1970) y Argel (1973) testimoniaron una creciente preocupación por los aspectos económicos más que los estrictamente políticos. Por otra parte, entre los no alineados muy pronto hubo diferencias considerables en cuanto a propósitos políticos y organización social y económica. Quienes se definían como tales muy a menudo tenían, a pesar de no admitirlo, algún grado de coincidencia -a veces absoluto- con alguno de los dos bloques ideológicos. Éste fue el caso de la Cuba de Castro, por ejemplo, que en 1966 auspició la celebración en La Habana de una reunión tricontinental de movimientos revolucionarios de significación anti-imperialista.
Todo esto explica que las uniones, bien laxas y de carácter general o tan sólo entre un número reducido de países, resultaran a medio plazo efímeras. Así le sucedió, por ejemplo, a la República Árabe Unida, por citar un ejemplo del segundo caso. También, sin embargo, resultaron fluctuantes las alineaciones de diversas tendencias de países en un mismo continente; muy a menudo un conflicto concreto sirvió para demostrar la imposibilidad de llegar a un acuerdo y una actuación coincidente por parte de quienes podían tener, en principio, el punto de coincidencia de su común condición de no alineados. Tampoco la referencia a la potencia colonizadora de origen pudo determinar de forma clara una agrupación de Estados procedentes de la descolonización. Ni la "Commonwealth" ni tampoco la "Organización común africana y malgache" (OCAM, creada en 1964) supuso otra cosa que un cierto grado de influencia, en general muy moderado, por parte de la potencia colonizadora.
En realidad, las únicas agrupaciones de Estados que en las relaciones internacionales de la época pudieron considerarse como factores efectivos de configuración de actitudes fueron los foros de carácter general en los que, sin embargo, nunca resultó habitual la unanimidad de criterios. La Organización de la Unidad Africana (OUA), fundada en 1963, de ninguna manera hizo avanzar este continente en la dirección que parece indicarse en su denominación pero promovió los intereses colectivos y contribuyó a hacer desparecer conflictos bilaterales e internos. En Iberoamérica, la Organización de Estados Americanos (OEA) jugó un papel semejante aunque no tuviera nada que ver, en su momento inicial, con el movimiento de los países no alineados.
Un factor esencial de unión entre los diferentes países descolonizados fue la enorme diferencia de renta, percibida como una injusticia y un motivo para la acción durante los años sesenta y no antes. La distancia entre la renta per cápita de los Estados Unidos (3.320 dólares) y la de Haití (60 dólares) resultaba suficientemente expresiva pero, además, pueden mencionarse factores coincidentes en esos países para convertirla en más grave. Los países descolonizados muy pronto tuvieron que hacer frente al problema del crecimiento económico y, exportadores de materias primas, a menudo comprobaron cómo los términos de intercambio -es decir, lo que recibían a cambio de lo que exportaban- resultaban manifiestamente desfavorables para ellos o sufrían violentas oscilaciones. De ahí las denuncias contra el "neocolonialismo" por parte de muchos de estos países que si en buena medida puede decirse que fueron justas también a menudo evitaron la adopción de políticas económicas sensatas en el marco de Estados de Derecho que trataran por igual al conjunto de los ciudadanos.
Esta situación en el terreno económico tuvo un doble resultado. En primer lugar, los países que producían materias primas trataron de agruparse para defender los precios. Desgraciadamente para ellos en muy pocos casos la agrupación de los productores podía influir sobre el mercado mundial. No obstante lo consiguieron en el caso de una materia prima concreta, el petróleo. Ya hemos visto cómo a partir de la Segunda Guerra Mundial los países productores, en especial Venezuela, inauguraron una escalada de reivindicaciones sobre sus derechos sobre este producto y que en algún caso concreto, como el de Irán, este hecho provocó un conflicto internacional. Cuando las grandes compañías norteamericanas, británicas y holandesas trataron en 1960 de reducir el precio del petróleo, los países productores reaccionaron con la creación de la Organización de los Países Productores de Petróleo (OPEP) que, si en un principio se limitó tan sólo a Venezuela y al área del golfo Pérsico, luego se extendió al conjunto del mundo. La estrategia de la OPEP consistió en un primer momento en el incremento de sus derechos para luego llevar a cabo la nacionalización de los yacimientos. En 1972, por ejemplo, Irak lo hizo con los suyos. A estas alturas se daban ya las condiciones para que una parte de los países del Tercer Mundo tuvieran una posibilidad de acción cuando se produjera una profunda conmoción como aquella a la que dio lugar la Guerra del Kippur.
Pero, por otro lado, las diferencias entre la renta de los países del Tercer Mundo y los desarrollados dieron lugar a planes de ayuda que se explican en parte como consecuencia de criterios filantrópicos pero, sin duda, también por un marcado deseo de influir en la evolución de los países que se habían convertido en independientes. Realizada en forma de inversiones, de préstamos o de donaciones se elevó en el período de 1945 a 1970 a 165.000 millones de dólares de los que los occidentales proporcionaron, pese a los clichés en su contra, el 90%. Claro está que en esta cifra se computan aquellos establecimientos o instituciones que los antiguos países colonizadores tenían en esos países en los que deseaban conservar su influencia. Por otra parte, no hay que dejar de tener en cuenta también que durante la década de los sesenta se produjo una cierta disminución de la ayuda otorgada por las potencias desarrolladas. Un cierto escepticismo acerca de la eficacia de esa ayuda y la aparición de la conflictividad interna o de conflictos como la Guerra de Vietnam contribuyen a explicarlo.
Resulta posible distinguir distintos tipos de ayuda de acuerdo con los países que la proporcionaron. La ayuda francesa fue fundamentalmente técnica y cultural mientras que la británica en un elevado porcentaje fue económica y financiera. Ambas se concentraron en aquellos países en los que en el pasado habían existido colonias de los mismos. En cuanto a la norteamericana, fue principalmente económica pero también militar; la primera se canalizó a través de la "Agency for International Development". Una y otra se concentraron en los países que se consideraban en peligro de caer en las manos de la subversión comunista. Principalmente dirigida hacia Asia en un principio, luego, durante los sesenta, se empleó en gran medida para contrarrestar la influencia cubana en Iberoamérica. En cuanto a la ayuda soviética, se dedicó a grandes proyectos industriales relacionados, por ejemplo, con la electrificación y la industria pesada (la presa de Asuán en Egipto y acerías en India, por ejemplo) aunque también se refirió al puro asesoramiento técnico. Consistió principalmente en préstamos a bajo interés y siempre estuvo dirigida a aquellos países que, siendo no alineados, al mismo tiempo tenían una cierta simpatía en política internacional por el mundo soviético. Se debe tener en cuenta, además, que buena parte de esta ayuda fue canalizada a través de los países de Europa del Este.
Siendo de todo punto insuficiente esta ayuda para la promoción del desarrollo, aparte de la asociación de los productores de materias primas, los países del Tercer Mundo tuvieron también otro procedimiento para tratar de lograr una concertación en pro del desarrollo. La primera Conferencia de la ONU sobre el comercio y el desarrollo reunida en Ginebra en 1964 no pasó de una recomendación de dedicar el 1% del PIB de los países industrializados a los que estaban en desarrollo. Éstos pretendieron crear una estructura organizativa destinada a este propósito, pero la ayuda que consiguieron fue principalmente conseguida gracias a contactos bilaterales con los países desarrollados. La segunda Conferencia de la ONU (Nueva Delhi, 1968) pretendió que la ayuda se llevara a cabo a través de preferencias aduaneras. En la tercera, celebrada en Chile en 1972 se constató el fracaso de las políticas seguidas hasta el momento y se pretendió concentrar la ayuda en los veinticinco países que vivían una situación más lamentable.
Si bien factores estrictamente políticos sirven para explicar en un elevado porcentaje la inestabilidad de las relaciones internacionales en gran parte del mundo subdesarrollado, también lo explican esos factores económicos. Para darse cuenta de hasta qué punto jugaron un papel, resulta preciso referirse a cada una de las áreas más importantes del mundo. Tratándose en otros sitios de lo sucedido en Asia y en Europa abordaremos, en primer lugar, la evolución de las relaciones internacionales en Iberoamérica y en África. En todos esos escenarios hubo, sin embargo, un factor común: mientras que se acumulaban los signos de distensión entre los grandes, en cambio, los países del Tercer Mundo se convertían en mayor grado aún que en el pasado en peones de confrontación de las superpotencias.
En Iberoamérica la Guerra fría no había tenido manifestaciones especialmente relevantes, pero, tras la Revolución cubana y la posterior crisis de los misiles, la confrontación entre guerrillas y Gobiernos democráticos o autoritarios se instaló como una realidad permanente y duradera. La ayuda de Cuba y de los Estados Unidos a sus respectivos campos así como las tensiones ideológicas contribuyen a explicar lo sucedido. La intervención de los Estados Unidos en Santo Domingo, en abril de 1965, fue anunciada por el presidente Johnson haciendo alusión a que se producía "con repugnancia" y para proteger a los extranjeros; fue, además, al menos en teoría, una intervención colectiva de la OEA y no exclusivamente norteamericana.
Sin embargo, recordó demasiado a la política de los Estados Unidos a comienzos de siglo, probablemente fue desmesurada tanto por el temor despertado por una supuesta penetración comunista como por los efectivos empleados y acabó trasladando su interés a un acuerdo entre las fuerzas políticas del país invadido. Durante toda esta década los norteamericanos prestaron ayuda a los Gobiernos que combatían la guerrilla que, en efecto, fue desmantelada. En otoño de 1967 murió en combate Che Guevara. La victoria electoral del socialista radical Allende en Chile también dio pie a un intervencionismo norteamericano en los asuntos internos de este país pretendiendo que no llegara a ejercer el poder por cerrarse a ello el legislativo y luego mediante subvenciones a los grupos políticos derechistas. Finalmente, un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973 derribó a Allende. En cuanto a África, los conflictos surgidos en la década de los sesenta derivaron principalmente del carácter artificial de las fronteras heredadas de la colonización que se superponían sobre las realidades étnicas y culturales, sin que fuera fácil llegar a cualquier tipo de solución. No obstante, tras la crisis del Congo a comienzos de los años sesenta y la creación de la OUA, se fue imponiendo la tesis de la intangibilidad de fronteras.
Los conflictos fueron muchos y algunos de ellos tendieron a prologarse hasta la actualidad. Tal es el caso del surgido entre Somalia y Etiopía por el Ogadén o el de Marruecos y Mauritania por el antiguo Sahara español. Las mismas fronteras entre Argelia y Marruecos fueron objeto de dura controversia. Pero el conflicto que produjo un mayor derramamiento de sangre fue el que tuvo lugar en Nigeria con la secesión de Biafra (1967-1970). Como tantos otros países descolonizados, también éste era el producto de una pluralidad de etnias y religiones, imponiendo las del Norte, musulmanas, su hegemonía a las cristianas del Sur. Aunque el conflicto fue ahogado en sangre y se mantuvieron las fronteras precedentes, en su transcurso los biafreños recibieron una ayuda limitada por parte de China, lo que ya presagiaba el género de conflictos surgidos en África al final de la distensión.